La mente brillante de Josep Guardiola es
el motor del mejor equipo de la historia. Los pases de Xavi, los lujos
de Iniesta y las aceleraciones de Messi nacen en un sótano, donde Pep se
encierra a pensar.
“NO me lo perdonaré nunca. He
fallado". En la última final de la Champions League, mientras Alex
Ferguson reconocía frente a los micrófonos que ningún equipo les había
escondido la pelota de semejante forma, Josep Guardiola llegaba al
vestuario ganador y le decía al dirigente Manuel Estiarte esa frase
increíble, una autocrítica impensada, propia del bando perdedor. En
algún detalle del partido, según su visión, se había equivocado. Y no se
pudo contener.
Solamente Guardiola podía estar
disconforme con la demostración que su Barcelona acababa de dar en
Wembley. Stay hungry, stay foolish. La frase de Steve Jobs le calza a la
perfección. En la búsqueda constante por la perfección, Pep sabe que
son los detalles los que marcan diferencias. Y a él, algún detalle (no
sabemos cuál) se le había escapado.
Pocos testigos directos conocen
la energía que Guardiola transmite en el día a día o en las charlas
técnicas previas a los partidos. Pero el resto de los mortales tuvo una
aproximación real del Guardiola orador cuando se presentó en el
Parlamento de Catalunya, para recibir la medalla de oro.
Es difícil encontrar algo de
sustento en eventos donde el protocolo muchas veces se devora a sí
mismo. Sin embargo, el discurso de Guardiola tuvo mucho que ver con el
famoso speech de Jobs en la Universidad de Stanford. Estructurado de
forma parecida, Pep habló de su pasión, de las casualidades y
causalidades que se sucedieron para terminar ocupando el lugar que
ocupa, y también de su familia.
Ahí no estaban Xavi, Iniesta o
Busquets, pero la construcción de su relato tuvo la impronta del juego
de su equipo: elaborado y paciente, fue abriendo caminos y aumentando el
nivel de atención general hasta que llegó el pico máximo de emoción, en
un cambio de ritmo devastador directo al corazón.
“Fui elegido”, arranca Guardiola. No
habla de que se siente un elegido, sino de que tuvo la suerte de que lo
eligieran. “Me lo dijo mi amigo David: ‘Creéme que el único mérito que
tienes, es que te han escogido’”. David es Trueba, el autor del libro
Saber Perder, que Guardiola le regaló a Messi. Desde ahora, el discurso
textual de Pep se irá colando en el relato. Para disfrutarlo en estado
original.
“Esa frase es una buena manera
de encarar esta profesión. La mejor manera. Si los elogios debilitan,
entonces estoy fundido. Porque después si me dicen todo lo que hemos
ganado y todo ese tipo de cosas, yo digo sí, claro, no nos podemos
quejar, nos ha ido bien, pero sé que para poder transmitir todo esto a
mis jugadores, todo lo que yo aprendí, todas estas cosas no me
pertenecen a mí. Pertenecen a todos los entrenadores que he tenido. A
todos. A algunos más que otros, evidentemente, pero todos me han dejado
algo. Pertenecen a todos los compañeros con que he jugado. De todos
aprendí. Y a todos los jugadores que hoy tengo la suerte de dirigir.
Sólo tengo una cosa que me imputo: estimo mi oficio. Tengo pasión por mi
oficio. Créanme. Lo adoro. Lo adoraba cuando jugaba, lo adoro cuando
entreno, lo adoro cuando hablo, lo adoro cuando estoy con gente
discutiendo sobre esto o aquello”.
El actual técnico de Irlanda,
Giovanni Trapattoni, cree que un entrenador incide solamente un 5 por
ciento en las victorias, pero que el porcentaje en las derrotas trepa al
35. Frases que en otro contexto servirían para el debate, pierden
sentido después de haber visto al Barcelona de Guardiola. ¿Cinco por
ciento? ¿Podría mantenerse este equipo si Pep no estuviera en el banco?
En su última temporada en el
Camp Nou, Frank Rijkaard tenía en la cancha a 6 jugadores de la
formación actual: Valdés, Puyol, Abidal, Xavi, Iniesta y Messi. El
problema estaba en el vestuario y por eso el holandés eligió renunciar.
“Los responsables fuimos los jugadores. Rijkaard creía en el
autogobierno. Todo se nos fue de las manos y perdimos el hambre por
ganar títulos”, reconoció Xavi en la revista Champions.
En ese contexto, con un
vestuario roto, llegó Guardiola al Barcelona, con su receta de
“motivación, disciplina y orden”, tal como la definió el subcapitán:
“Guardiola es muy inteligente, entusiasta y cree 100% en lo que dice. Es
sensible, y por su experiencia en el Barcelona, sabe lo que que los
jugadores están pensando”.
Pep se instaló en La Masía a los
13 años. Es natural que confíe en aquellos que hicieron un proceso
parecido al de él, a quienes se hayan sometido a esa especie de lavado
de cerebro bajo el escudo blaugrana, donde los jugadores se desarrollan
en un mundo más cercano a la utopía que a la realidad y a las toxinas
del fútbol actual.
Guardiola también tenía otra
certeza, que había aprendido de su charla con el técnico de vóley
argentino Julio Velasco: “Dicen que hay que tratar a todos los jugadores
por igual. Bueno, eso es una mentira. Todos los jugadores son
distintos. A algunos les llegas hablándoles mucho, a otros sin decirles
casi nada. El entrenador debe saber de qué forma seducirlos a todos,
porque uno está por encima de ellos, pero en la cancha está supeditado a
lo que ellos hacen”. Y vestuario domado nomás al entrar.
“Al final, todo se reduce a
instantes, en cada una de nuestras profesiones y nuestros oficios, todo
acaba en un instante. Los trabajos que tenemos siempre tienen un
instante que nos satisfacen plenamente. Que disfrutamos, que nos da
alegría. Yo lo quiero compartir con ustedes. Me gustaría que la gente lo
supiese. Antes de cada partido que jugamos, un día antes o dos, yo me
voy al sótano del can Barça (NdR: la casa del Barcelona). Subterráneo.
Allá no hay luz exterior, es una oficina pequeña, que me he arreglado,
he puesto una alfombra, una luz que no está mal… y allí me encierro. Me
encierro por una o varias horas. Me llevo dos o tres DVDs. Carles, Dome y
Jordi, que son gente que me da una mano, como tantos otros en esta
aventura, me dan unos videos sobre el equipo rival con el que tenemos
que jugar de acá a uno o dos días.
Me siento, agarro hojas, un
bolígrafo y pongo el DVD. Y empiezo a ver y a ver a este equipo contra
el que jugaremos. Y empiezo a escribir. Coño, el extremo derecho… el
central derecho juega mejor que el izquierdo, el extremo derecho es más
rápido que el izquierdo, este juega todos balones largos, este así, este
asá, estos suben a la montaña por este lado… estos por el otro… Y voy
apuntando todas las cosas buenas que hacen los contrarios. Mientras al
mismo tiempo escribo sus debilidades. Estos se frenan por aquí, a estos
les podemos hacer daño por allá, si juega Messi por allí, si este otro
por allá… Hasta que llega un momento, diría acojonante, fantástico, que
es el que le da sentido a mi profesión. Creanme que soy entrenador por
este instante. Todo lo demás es un añadido que uno evidentemente tiene
que afrontar. Pero está este momento máximo de satisfacción, cuando te
das cuenta. A veces dura un minuto veinte, a veces un minuto treinta. A
veces un minuto solo. A veces tengo que ver dos partidos del contrario.
Pero llega un momento en el que dices: los tenemos. Ya hemos ganado. No
sabes por qué, puede ser una imagen, unas cosas que has visto que te
hacen decir que mañana, contra este equipo, ganaremos.”
Durante esa final contra el
Manchester de Ferguson, una jugada puntual marca la perfección en el
engranaje del Barça: el United hace 12 pases y no logra cruzar la mitad
de la cancha. No puede superar la presión asfixiante del equipo de Pep.
Son los momentos cuando la cancha se inclina, cuando el jugador rival se
siente ahogado, cuando la orquesta catalana deja a los contrarios
ciegos y a los hinchas mudos. Situaciones que se repiten en finales y en
partidos de provincia de la Copa del Rey. A Guardiola le fascina más el
compromiso de esos últimos duelos, el espíritu amateur de sacar la cara
como si efectivamente fuera la final del mundo.
Con Pep, el Barça llegó a
niveles de perfección propios de cada Ferrari que sale al mercado: todas
distintas, todas iguales. Y como la marca del Cavallino Rampante, no
bien aparece un modelo en la calle, ya hay planes por hacer uno nuevo.
Los que intentan estudiarlo para ganarle están siempre un paso atrás.
A seis meses de aquella
Champions, este Barcelona ya es otro. Cambió de forma y de fisonomía,
pero mantuvo el sello. Es más customisable que el anterior, pero
difícilmente se pueda decir que es mejor. Tampoco se puede decir que es
el mismo.
Todos los equipos que armó Pep a
lo largo de estas temporadas generaron la misma admiración, aunque
algunos ahora parezcan una versión obsoleta del actual (¿se imaginan
tener que resignar a Fábregas por poner a Eto’o?). Igualmente, acaso la
única forma de saber cuál le ganaría a cuál sería en los videojuegos,
que todos se enfrentasen entre sí. Con Eto’o, con Ibrahimovic, con Villa
y con Fábregas. El 4-3-3, el 4-2-4, el 3-7-0. Quizás, el que terminaría
ganando sería el que conserve a Guardiola en el banco, el sello
distintivo y verdadero motor de este proceso, que lleva acumulados 13
títulos sobre 16 posibles en 3 años y medio de trabajo.
Mientras su equipo se aleja más y
más de la atmósfera, el único contacto de Guardiola con la realidad es
el botón eyector que tanto hace preocupar a los hinchas. Pep no cree en
los contratos largos que deban ser cumplidos a rajatabla. Desiste de
hablar de la renovación, de dinastía o supremacías. Construye desde la
tranquilidad de no estar encadenado, sabiendo que se puede ir en
cualquier momento. Las apuestas sobre uno o varios años sabáticos,
alimentadas por el madridismo y consumidas por el resto, también se
venden como diamantes de vidrio. Lógico: todos se ilusionan con que el
Barcelona de Guardiola se rompa para intentar capturarlo.
Es él el elegido para tomar las
riendas del Manchester United después de Ferguson, concluyen en
Inglaterra. Es Guardiola el hombre que sueña con volver a la Serie A
para hacerse cargo del Inter, promueven en Italia. No, su próximo paso
será como seleccionador, promocionan desde distintos lugares. Incluso,
no faltó quien se aventurara a publicar que Messi lo sueña como técnico
argentino en el próximo Mundial.
A Guardiola en realidad lo
abruma pensar un plan a largo plazo. Se lo dijo al cineasta Fernando
Trueba en “Conversaciones sobre el futuro”. Necesita el vértigo de lo
inmediato, cambiar cosas visibles.
Sus pequeñas revoluciones son
diarias, su energía es autorrenovable. Es incapaz de aventurarse a
pensar más allá de los seis meses o, cuanto mucho, un año. Su obsesión
es el día a día, no el año a año. En su cuadernito no tiene el plan de
dominación del mundo. Tampoco figura allí lo que muchos le susurran: que
en 20 años será el mejor presidente de la historia del Barcelona.
Curioso: le hablan de ser
presidente y él aún lamenta no poder meterse en el vestuario de los
jugadores y ser uno más. Sabe que debe mantener la distancia por su rol,
pero igualmente querría estar ahí. A su vez, soñaba con estar de este
otro lado desde que tenía la edad que hoy tiene Messi. Su energía no
dista de la de Leo, aunque sus personalidades sean muy distintas: cada
derrota, cada día que no logra llegarles a sus jugadores en una charla o
un entrenamiento, para Guardiola se le parece bastante al fin del
mundo.
Recibe muchas palmadas en la
espalda y desconfía de la mayoría: se pregunta qué pasará cuando las
victorias terminen, cuántas de todas esas loas se convertirán en
guillotinas. Pero aún así, disfruta estando. En El País, David Trueba
escribió que durante el tour de charlas que Guardiola hizo por el mundo,
buscando inspiración antes de lanzarse como técnico, fueron riquísimas
las 11 horas que pasó en el campo de Bielsa. Allí, en medio de
discusiones intensas, el autor cita una pregunta que hizo Bielsa: “¿Por
qué usted, que conoce toda la basura que rodea al mundo de fútbol, el
alto grado de deshonestidad de cierta gente, aún quiere volver ahí, y
meterse además a entrenar? ¿Tanto le gusta la sangre?”. La respuesta de
Guardiola fue tajante: “Necesito esa sangre”.
Guardiola pedía a gritos la
posibilidad de entrenar. La motivación por hacerlo lo llevó a agarrar al
Barcelona B, descendido a Tercera División. Allí tomó la decisión más
difícil que le tocó hasta ahora: reducir el plantel de más de 50
jugadores a 23, con una semana de entrenamientos. El mundo estaba
ocupado en otras cosas, pero allí, en esa semana de sufrimiento, se
empapaba de sangre el Guardiola entrenador.
“Pero atención, no se vayan a
pensar que yo creo tener la fórmula mágica. No, porque esto siempre lo
he pensado antes de cada partido, y algunos los hemos perdido. Con lo
cual, se hundiría toda esta teoría. Pero se los cuento por la pasión que
siento por mi oficio, que imagino que es la misma pasión que tienen
ustedes por sus profesiones, y toda la gente: médicos, panaderos,
doctores, maestros de escuela, ‘paletas’ (albañiles), como era mi padre.
Cualquier persona. Llega un momento en sus oficios y yo reivindico ese
momento en sus oficios. Yo reivindico el amor a este oficio. Yo amo mi
trabajo por este instante. Y después me encargo de transmitírselo a los
chicos, y les digo que tenemos que hacerlo así, y a veces sale y a veces
no. Pero aquel momento es el que le da sentido a mi profesión. Y
entonces podrán decirme: ¿Es suficiente? ¿Es poco? ¿Es mucho? Es lo mío.
Es lo que me corresponde. Es esta pasión (aprieta el puño) que no sé
dónde la agarré, porque no me avergüenza decir que mi padre lo más
redondo que tocó en su vida creo que fue un lavarropas, y a mi abuelo
paterno no lo conocí, porque murió antes de que yo naciera, y al abuelo
materno, bueno, ya tenía suficiente con tener que esconderse en la
posguerra, para que no lo agarraran… con lo cual, no tengo una herencia
familiar que me haya pasado este gen”.
Internet no se inventó con
google, sino que fue google el que logró y logra sacarle el mejor
provecho, con sus algoritmos y fórmulas que mejoran cada día, aplicadas a
exprimir la cantidad de contenidos y afinar las búsquedas hasta límites
inimaginables. Guardiola no inventó el fútbol ni construyó este equipo
del Barcelona desde la nada, pero sí logró una forma eficaz de llevar lo
existente a un nivel desconocido e impensado.
Pep es el google de La Masia. La
filosofía del club no nació con él, pero sí fue él quien mejor supo
interpretarla, primero como jugador y luego como entrenador. Así como
hoy es difícil concebir una Internet sin google, es igual de complicado
imaginarse un Barcelona sin Guardiola. Mientras otros intentaron copiar a
google, el buscador se embarcó en una competencia contra sí mismo.
Primero buscaba sitios. Después, imágenes. Más tarde, mapas. Videos.
Libros. Bibliotecas enteras. Y mapas interactivos. Parece todo tan fácil
y sin embargo es tan difícil. Y uno piensa en eso y es inevitable
traspolarlo a este Barcelona 3.0. Y recordar cuando discutíamos si Messi
era extremo derecho o enganche, o si podía jugar de centrodelantero
fijo o falso nueve. Y la conclusión es decir: qué porción tan pequeña de
la realidad intentábamos analizar sin entender la película entera. Qué
lejos estábamos de interpretar lo que realmente estaba pasando. De lo
que estaba pasando por la cabeza de Guardiola.
Barcelona cambia de forma. Quien
escribe lo presenció en San Siro, victoria 3-2 ante el Milan por la
Champions League. Al día siguiente, la clásica canchita que aparece en
los diarios lo único que provoca es risa. Esquematizar al Barça en un
sistema táctico, con sus jugadores transformados en circulitos
inmóviles, confinados a una rectángulo dividido en zonas, suena casi a
una de esas caricaturas burdas basadas en la deformación exagerada de
las facciones.
Barcelona no tiene un solo
esquema táctico. Muta permanente de forma. Cambia nombres y esquemas
durante los partidos, pero no por orden implícita de su entrenador
(salvo momentos límite), sino por el movimiento de la pelota, que no
deja de circular por todos los confines de sus 11 vértices. Messi es el
extremo derecho, el diez, el nueve y el falso nueve. Todos juntos, en el
mismo envase. Durante un mismo partido, quien quiera decir que Busquets
es marcador central tendrá fundamentos y apoyo en imágenes para
testificarlo, tanto como quien lo ubique como el pivote armador. Lo
mismo con casi todas sus piezas, salvo (veremos qué pasa en 2012) con el
arquero. El Barcelona defiende con 3 y con 4, juega con 3 delanteros o
sin delanteros, cambia permanentemente para que todo siga igual. Es un
equipo que engaña permanentemente, al rival y al público. Y por eso
logra dejar a todos boquiabiertos.
Del otro lado de la raya, el
prestidigitador Guardiola sigue los partidos con un derroche inusitado
de energía. Lejos de la actitud laissez-faire que alguno le puede
imaginar, Pep no se puede contener. Sus indicaciones son constantes,
como la búsqueda de interlocutores válidos del otro lado de la raya.
Xavi, Mascherano y Puyol son tres de sus preferidos, así como él era el
favorito de Cruyff en el Dream Team. En esos momentos, los pensamientos
del sótano se están haciendo realidad. O no. “Con Messi, en general sí”,
dice Guardiola. Y justamente, no cabe otro estado que el de ebullición.
“No sé de dónde viene. Pero
tengo esta pasión. Y la tengo ahora como la tenía cuando era pequeño, y
que me llevó al pueblo a competir. Y me pueden preguntar, de dónde vino
esta pasión, y no lo sé, pero me ayudó muchísimo. Y aquí me gustaría
hacer una pequeña reivindicación a la maravilla que es el fútbol, el
deporte en general. A mí mis padres me educaron. Bastante bien, muy bien
diría yo. La escuela me ha ayudado, por supuesto. Pero lo que más me ha
educado es el microclima que es un equipo de fútbol, un equipo de gente
que está unida. Lo que a mí me ha dado todo lo que soy como persona, lo
que me ha formado, es haber hecho deporte. Allí aprendí lo que
significa ganar, y a celebrarlo con muchísima moderación. Y allí también
aprendí lo que significa perder, y que duele mucho de verdad, pero este
perder es lo que te hace aprender a levantarte y a valorar lo que luego
cuesta ganar. He aprendido que un entrenador decidiera que hoy yo no
juego, porque el entrenador piensa por todos y yo nomás pensaba por mí.
He aprendido que un compañero es mejor que yo y merece jugar. Y que los
reproches y las excusas no sirven absolutamente de nada. Que cuando
pierdes es responsabilidad tuya. Que cuando las cosas no salen, es
responsabilidad tuya. El deporte, desde pequeño, o el Barça que es en
escencia donde más tiempo he estado, es todo lo que me formó como
persona y todo lo que soy hoy”.
Gran parte de los momentos de la
exhibición contra el Santos, en la consagración como campeón del mundo,
se parecían más a un partido de rugby que de fútbol: todos los
jugadores del Barcelona acompañando detrás de la línea de la pelota,
abiertos como un tornado que avanza devorando los huecos que genera la
sucesión de pases rápidos. El centrodelantero del Barcelona es el
espacio. Guardiola llegó a esa conclusión después de visualizar 20 horas
de video del Santos. Hasta que seguramente habrá llegado el instante. Y
ganó el partido en el tablero. Pobló el centro del campo, dejó sin
referencias a los marcadores brasileños. Y se llevó un 4-0 monumental,
para la historia. “Yo ya dije que si me pidiera que me tire por la
ventana, me tiraría. Al míster hay que seguirle, lo tiene todo
estudiado”, celebra Xavi. “Nos dice siempre dónde encontraremos los
espacios y siempre están donde nos señala. Es increíble”, explica Cesc.
“Es lo que te dice, cómo lo dice, y por qué lo dice. Esa es la clave”,
apunta Iniesta. “Un día, nos dirá que Alves va a ir de portero y nos lo
creeremos”, bromeó Piqué.
En la noche de Yokohama celebró
con su familia, comió sushi, llamó por teléfono a los lesionados Afellay
y Villa, para hacerlos sentir presentes, y habló una vez más con su
ayudante Tito Vilanova, que no había podido viajar por un problema
médico. En su mente ya estaba el partido de la Copa del Rey contra el
Hospitalet. Y quizás, por qué no, también haya quedado margen para algún
otro reproche interior, la búsqueda de alguna pequeña derrota en la
gran victoria, algo que sirva para mantenerse alerta. Así es Guardiola,
uno que piensa diferente. Jura no querer convertirse en ejemplo y sin
embargo parece tan esmerado en serlo, con sus palabras, su visión y sus
acciones. “A veces nos olvidamos que el fútbol es un juego, pensar qué
vas a hacer y qué van a hacer los otros, y tratar de ver quién lo hace
mejor”.
Es capaz de lograr una ovación
en un vestuario, en una cancha y en un parlamento. Pero lo mueve más ese
momento de soledad en el sótano, la adrenalina de la búsqueda, la
aparición de esa revelación súbita para que su mundo recobre el sentido y
la ovación le llegue desde el silencio. Después, sí, habrá tiempo para
que la orquesta que dirige lo deje sordo de fútbol.
“Y no olviden nunca, que si nos
levantamos muy muy temprano, sin reproches ni excusas, y nos ponemos a
trabajar, somos imparables. Creanme que somos imparables”.
Por Martín Mazur.
El Gráfico. Enero 2012.